domingo, 22 de abril de 2007

Pushkar (1a parte)

Uno de los objetivos de mi viaje, aprovechando que era un licenciado más del maravilloso mundo del periodismo, era sin duda grabar el máximo de experiencias y momentos que después resultan difíciles de explicar con palabras. Preparando la aventura en Barcelona, me enteré que en un pequeño pueblo llamado Pushkar, en pleno Rajastan (norte de India), se celebra cada año, la Camel Fair, una de las ferias entorno al animal de las jorobas más importante del país e incluso de todo el continente Asiático. Un espectáculo visualmente muy atractivo que no me podía perder teniendo en cuenta que coincidía en el tiempo con mi estancia por esa zona.

La teoría es que la feria se celebra durante los diez días que preceden la luna llena de noviembre, pero en India las cosas no siempre ocurren cuando está previsto. Otra característica de los indios es que les cuesta mucho decir que no saben una cosa cuando les preguntas. Esto hace que a menudo se inventen las respuestas y que de una misma cuestión tengas 3 o 4 contestaciones distintas. Así, estando en Udaipur, ciudad rodeada de lagos especialmente recomendable para visitar en pareja, me enteré, gracias a una chica francesa que conocí allí, que la feria empezaba en dos días. Esto alteró por completo mis planes de viaje pero al disponer de 2 meses sin compromisos de ningún tipo con nadie que no fuera yo mismo, viajaba solo, reservé un billete de autobús en dirección a Pushkar.

Ya en el trayecto me pude hacer una ligera idea de lo auténtico que podía ser el evento de los camellos. Desde Udaipur, 6 horas hasta Ajmer, y después cambio de vehículo hasta el destino, a tan sólo 12 kilómetros pero por una carretera estrecha y de difícil acceso. Después de esperar unos 20 minutos en plena calle de Ajmer, a las 5 de la mañana, llegó un minibús vacío. Subí y me sorprendí del espacio de que disponía…un espejismo. De repente empezaron a subir auténticas riadas de indios nómadas, con sus turbantes de mil colores, sus pequeños sacos con todas las pertenencias de una vida, sus palos, sus bigotes...y al final no cabía ni un alfiler. Qué locura!!

Como quería quedarme en el pueblo una semana como mínimo, decidí buscar algún alojamiento un poco apartado del ruido de tiendas, templos (más de 400), y por supuesto de los camellos. Lo encontré muy rápido. Aquí dormí durante 10 días!!! Una cabañita encantadora (sin lavabo), desde la que no se oía nada más que una voz directa de las montañas que rezaba las 24 horas del día sin interrupción, aunque el cuarto día ya formaba parte de la rutina y parecía no estar.


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